23 abr 2010

Las mantuanitas y Don Eminencio Creído.



Advertencia: con este pequeño relato no se pretende ofender a nadie, las “mantuanitas” y el “Don Eminencio Creído” pueden ser cualquier persona que algunas veces sobrepasan los límites y transpiran clasismo a toda hora, olvidando poner los pies sobre la tierra.

Es la postmoderna Santiago de León de Caracas, escenario de ciertas anécdotas que aquí os voy a contar:
Una mañana como cualquier otra, luego de hacer sus oraciones y berrinches matutinos, nuestras mantuanitas, par de niñas malcriadas con aires de aristócratas, acuden a sus lecciones diarias de “intelectualidad”. Sí, ellas, refinadas y de alta alcurnia no sólo se dedican a bordar pañuelitos y a tocar el clave, ellas también saben leer, ¡pero claro! Si pertenecen a la clase media distinguida de la ciudad, no podía esperarse menos. 

Hace algunos días se celebró en la Santiago de León de Caracas una importante fecha histórica, por ello, observaba cuchichear a las mantuanitas sobre tan “grotesca y ridícula” celebración, mientras se abanicaban con una hojita de papel –no comprendo cómo señoritas de tal estirpe no poseen un abanico de verdad- era evidente que no podían ocultar su repudio e indignación ante tal hecho –yo creo que les dolía el estómago.
-        ¿Cómo es posible que hagan algo así?
      - ... y un montón de indios en guayuco, ¿es que acaso nosotros somos indios? – decían un tanto  sonrojadas, porque quizás era la primera vez que habían visto a un hombre con tan poca ropa. 

Las mantuanitas se sentían humilladas, qué atrevidos los que organizaron aquella celebración, cómo podían presentar a los grupos indígenas y peor aún, danzas populares... indios, negros, mulatos, ellos no deberían existir y ni hablar de los tipejos con uniforme, pensaban las niñas. Pero ellas no eran las únicas indignadas, también lo estaba Don Eminencio Creído, quien daba lecciones de cómo ser intelectual y no morir en el intento, a las cuales las niñas asistían. Sin embargo, a pesar de que los tres profesaban un fervoroso amor, lleno de añoranza hacia la “madre patria”, las mantuanitas no le perdonaban el colorcito y por ende, la casta a la cual pertenecía el señor mulato... Éste reclamaba también por el barullo ocasionado durante las prácticas previas a la celebración de aquel día.
       -¡Esto no sucede en la tierra de su Alteza el Rey Don Juan Carlos! –replicó indignado el iluso señor.
         -sigamos con la lección, de éste, ¡un libro de 1er mundo! –dijo mientras nos mostraba “EL” libro... aunque no me pareció nada particular, era un librito como cualquier otro.

Yo, mantuanita descarriada y de sangre sucia, observaba la histeria comunal que se desataba entre estos tres personajes –ay, qué palabrita, ¡“comunal”! mejor no la pronuncio mucho pues les puede provocar comezón... Entre tanto, me abanicaba con mi abanico de verdad y me preguntaba:
          - ¿En la tierra del “talfi” J.C., no hay ruidos?... ¿cuál será el 2do mundo?...

Claro porque  donde vivimos ha sido catalogado, no sé por qué ni por quién, como “país de 3er mundo”. Obviamente mis distinguidas compañeras de lección y Don Eminencio Creído, añoraban aquellos tiempos de la Capitanía general. Ellas, niñas mantuanas, hijas de padres verdaderamente españoles... ¿ok?, miraban de reojo al resto de las mantuanitas que, al igual que yo, eran descarriadas de sangre sucia y con abanicos de verdad.

Sin embargo, resultaba complejo entender aquel ego inflamado de este par –ni hablar del narcisismo de Don Eminencio- pues paradójicamente, sus padres verdaderamente españoles... ¿ok?, son descendientes e incluso, fueron ellos mismos, quienes se aventuraron una vez más al “nuevo mundo” porque un loco muy Franco los hizo salir de su país de 1er mundo como corcho e’ botella, con una mano blanca delante y otra más blanca detrás y con menos ropa que la que vestía el “indio ese”... 

Fue aquí, en un país de 3er mundo, donde nuevamente pudieron alcanzar cierto nivel económico con toques de neomantuanos, llevando una vida glamorosa y culta, pero con la creencia de que aun Santiago de León de Caracas era una colonia, su colonia. Por ello, sus hijas, las mantuanitas despreciaban a los “nativos” de la región, pues eran el resultado de aquel horrendo carnaval llamado mestizaje. Sin embargo, estos “nativos” aceptaron sin distinción a la oleada de “neoconquistadores” que  se vieron obligados a abandonar el Edén que se convertía en infierno por motivos muy Francos. Pero qué podían hacer, debían permanecer aquí y estudiar como buenas niñas, con la esperanza de que algún día retornarían a sus raíces, claro con el dinero que papi produjo en el país de 3er mundo. 

En cuanto a don Eminencio Creído, aun sigue mirándose en el espejo y afirmándose cada día como un hombre culto, de 1er mundo, que a regañadientes debe ilustrar con sus conocimientos a un grupo de señoritas, pero no a las mantuanitas de padres verdaderamente españoles... ¿ok?, a ellas las aborrece pero al  mismo tiempo las envidia porque él no pertenece a su “clase” –que más quisiera Don Eminencio que formar parte de su circulo social y estar en la tierra de su alteza y no aquí, en territorio 3er mundista dando lecciones a un grupo de mantuanitas descarriadas de sangre sucia, que se abanican con abanicos de verdad...  


Vanessa Montilla

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